lunes, 22 de febrero de 2016

Relato modernista

Este es mi relato modernista a la manera de Rubén, espero que os guste:


El cielo está brillante pero a la vez sombrío, con tonos gélidos y pinceladas anaranjadas; el aire quema y el atardecer viene con calma pero sin pausa, abordándome otra vez aquí solo. Un relato triste… así como para cautivar las melancolías de decenas de seres humanos o tal vez solo vivos, porque el hombre deja de ser hombre cuando permanece en soledad para convertirse en eso, un simple ser que continúa vivo o al menos consigue respirar.
Había una gran isla de territorios Americanos a la que llamaban algo así como “Jamaica”. Donde abundaban las altas palmeras con sus grandes hojas verdes, el color de la esperanza, algo que estaba dejando de existir en mí.
Aquel dichoso día en el que mi persona decidió poner rumbo a explorar un poco del precioso mundo que me rodeaba y del que desconocía la gran mayoría de exóticos rincones, empezó la aventura que me arrebató hasta mi último aliento. Con mi pequeña barca en forma de triángulo equilátero partí desde mis preciadas tierras. Tras largos días de intensa navegación, fuertes oleajes, algunos asaltos de temerosas criaturas marinas, temperaturas ariscas y bastante desfavorables, me dí cuenta de que era de mi necesidad conseguir comida y poder dormir sobre algún terreno llano y no flotable. Encontré a los lejos una hermosa isla desierta en la que desembarqué.


Me establecí en aquel hogareño y agradable lugar; recolecté y conseguí encontrar numerosos alimentos aunque con mi increíble maña, y no es por alardear, no me costó más que varios días. Hasta me instalé en una pequeña cabaña hecha por ramas de árboles y algunas de las hojas mencionadas anteriormente.
Venía en busca de lugares distintos a lo que conocía pero me dí cuenta de que me sentía muy solo. Por las noches hacía un frío me atrevería a decir invernal y mis bajas defensas me hicieron de notar enseguida que no podía permanecer mucho más tiempo allí. Pasaron tantos días así…¿dos semanas?¿tres? no, supongo que algo más de un mes. Mi barca despareció al poco de llegar por las intensas y horripilantes lluvias, y mis intentos de crear una nueva fueron en balde. Estaba atrapado allí y todas las circunstancias me impedían escapar. No podía estar más tiempo solo, acostumbrado a una familia de cinco muchachos y una bellísima esposa… Me estaba volviendo realmente loco. Oía voces en mi cabeza todas las noches, era como si las personas más queridas para mí, estuvieran gritándome atrocidades al oído. No logro recordar lo que me decían, tal vez me rogaban que saliera de allí, o quizás solo me querían advertir de algo, pero fuera lo que fuere, dejé de creerme que eran producto de mi imaginación pues, la inmensa soledad que sufría estaba empezando a acabar conmigo, y sigilosamente, lo terminó consiguiendo.
El rincón del que me había enamorado se convirtió en la pesadilla de la que nunca pude escapar.










1 comentario:

  1. Un relato precioso, lo que mas me gusta es como pierde la cordura el protagonista que solo quería explorar. Buen trabajo Aarón.

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